De ceros y unos
La primera escuela de robótica del interior del país ofrece desde 2018 becas para adolescentes y jóvenes participantes del Centro Juvenil Nuevo Camino.
“La única forma de tener buenas ideas es tener muchas ideas.” La letras negras de la frase del premio nobel Linus Pauling resaltan sobre una de las paredes blancas del salón. Lucía Medina acomoda las mesas también blancas y las sillas de colores. En los estantes, una decena de tablets, lápices, cascolas y otros materiales. Minutos después comenzará una clase de aproximación a la robótica para los/as adolescentes que participan del Centro Juvenil Nuevo Camino, de Paysandú.
La escuela de robótica y programación nace en 2016 en Paysandú por iniciativa de Medina. Maestra de profesión, con un posgrado en gestión institucional educativa, en 2014 comienza a interesarse por brindar una oferta de actividades extracurriculares vinculadas a la tecnología y la informática.
“Yo trabajaba en una institución como encargada de la parte de tecnología y tenía la inquietud de que en Paysandú no había actividades fuera del horario escolar que estuvieran vinculadas a la robótica y la programación. Particularmente a mi hijo no le gustaban las actividades clásicas. Pensé en él en primer lugar y, por mi experiencia con la tecnología, dije: ‘Voy a abrir algo que tenga sentido desde lo educativo y que no sea solamente un estímulo’”,
comenta.
“Se lo planteé a la directora y empezamos a dar clases de informática educativa, a crear juegos y herramientas para los maestros. Más adelante empecé a estudiar cursos en línea, talleres presenciales de robótica y programación en distintos lugares y ahí fue que supe que esto era lo mío, que me gustaba”, agrega.
Después de poner en práctica ejercicios y actividades de robótica en la institución en la que trabajaba y de notar el interés de los/as niños y niñas, Medina decide crear el plan metodológico de Roboprok. Con el apoyo de la Intendencia de Paysandú y de la Agencia Nacional de Desarrollo, la escuela comienza sus clases en 2017.
Para ella, la robótica no solo abre posibilidades para los/as niños, niñas y adolescentes que no se interesan por las actividades más tradicionales, sino que también promueve el trabajo colaborativo. Por otra parte, la escuela trabaja con la metodología educativa STEAM (por sus siglas en inglés ciencia, tecnología, ingeniería, arte y matemáticas), lo que le permite a los/as estudiantes aprender contenidos de otras disciplinas.
“En Roboprok hay lugar para todos”, asegura Medina. “Hay chicos a los que les gusta la tecnología y saben programar, otros a los que les gusta armar, hay chicos que son muy sociales y les gusta compartir y generar proyectos. Se van complementando las habilidades.”
Si bien la sede central continúa funcionando en Paysandú, actualmente la escuela cuenta con sedes en otros departamentos (San José, Florida, Flores, Salto y Cerro Largo). También se brindan talleres en instituciones y se capacita a docentes.
Sobre la experiencia de trabajo con Aldeas Infantiles, Medina señala que ha sido muy importante y destaca el proceso de Agustín, participante del Centro Juvenil Nuevo Camino, que participa desde 2018.
“Que un chico haya notado un cambio en su vida, que salga feliz de acá para nosotros es super importante”, agrega.
Hacer magia
Sobre las tres de la tarde, 15 adolescentes entran al salón para la clase abierta. Se dividen en tres grupos y Medina reparte a cada equipo una caja con una placa y cables cocodrilo, una laptop y guitarras de cartón con trastes de papel metálico. La consigna es que, mediante un ejercicio sencillo de conexión con un programa, los/as adolescentes puedan hacer sonar las guitarras con sus propias manos. Para que el sistema funcione, hay que conectar los cables cocodrilo a elementos metálicos cotidianos, como aros, anillos y collares, y darse la mano para que la energía se transmita cuerpo a cuerpo. El trabajo colaborativo al que se refería Medina minutos antes se vuelve tangible. A la derecha de la docente está Agustín, quien la asiste y muestra a sus compañeros/as algunos de los trabajos de los/as estudiantes de la escuela.
“Lo único que sabía antes de entrar a Roboprok era que existía el bachillerato de robótica y más nada”, cuenta. “El primer día me dieron una caja y me dijeron: ‘Armá lo que a vos se te ocurra’. Me acuerdo que hice un autito que no andaba ni para atrás ni para adelante. Era un autito, pero inmóvil. A la segunda o tercera clase programamos un scratch [lenguaje de programación visual para principiantes]. Tampoco anduvo, pero lo intentamos”.
Agustín tiene 18 años y cursa el segundo año del Instituto Tecnológico Superior de Paysandú. Desde el 2018 concurre a la escuela de robótica.
Recuerda que su ingreso coincidió con la fecha de realización del Sumo.uy, evento que consiste en presentaciones de trabajos de investigación, exposiciones, talleres y competencias robóticas y que se realiza anualmente desde 2004 en la Facultad de Ingeniería. Participó en las ediciones de 2018 y 2019 del campeonato y destaca que se hizo varios amigos en Montevideo. Si bien dice que todavía no se siente preparado para dar clases, asegura que si sigue profundizando en sus conocimiento le gustaría compartirlos con otros/as.
Otros/as que quizá estuvieron minutos antes en ese salón, que ahora vuelve a estar vacío y ordenado. Otros/as que se fueron con la certeza de que muchas ideas pueden hacer sonar hasta a una guitarra de cartón.
Cuando piensa en la robótica y en la programación, Agustín no duda: “Para mí, hacer que algo se mueva solo es mágico. Si vos querés hacer magia, ponete a programar”.
Foto: Aldeas Infantiles SOS Uruguay